Cuesta entender cómo una religión que se apoya en mandamientos como "Amarás al prójimo como a ti mismo" y que llama mesías a un personaje que, como cuenta la Bíblia, no tenía inconvenientes en enfrentarse a una multitud que pretendía apedrear a una mujer por dedicarse a la prostitución y expulsó de los exteriores del templo a un grupo de personas que habían ido a lucrar se ha convertido en el gran sostén de aquellos que no toleran la diversidad sexual ni soportan que la mujer tenga un rol en la sociedad que no sea el de sumisión a los deseos del hombre.

Esta última semana, dos hechos causaron gran conmoción en el país. Por un lado, una pareja homosexual fue discriminada por un miembro del serenazgo de Los Olivos y, por otro, una adolescente de dieciséis años fue violada. Lejos de encontrar a una sociedad unida que cuestione esta lamentable realidad, lo que siguió fue una convocatoria de los religiosos para intentar silenciar a las mujeres que se iban a manifestar exigiendo una respuesta del Estado ante los interminables casos de violaciones y otro grupo que defendía al sereno que discriminó a la pareja de jóvenes homosexuales.

Si bien los representantes de la iglesia peruana no se pronunciaron al respecto, con el silencio no han hecho otra cosa que avalar estas actitudes machistas y homofóbicas que tienen sus feligreses. Lamentablemente, este viene siendo el modo de operar de la religión ante estos temas cruciales en el desarrollo de una sociedad que pide cambios y lucha por la igualdad.

Es innegable que ha llegado el momento en que la iglesia se replantee su rol en la sociedad. ¿Por qué pudiendo usar el gran alcance que tienen para fomentar valores positivos prefieren permitir que en nombre de la religión se justifique el odio a la comunidad LGTBI? ¿Por qué no apuestan por la inclusión como Jesús lo hizo según la Bíblia en lugar de la discriminación?