El autoestima de los peruanos ha sido atropellada una vez más. Cuando se intentaba desterrar ese pensamiento mediocre del "roba pero hace obras" que durante años contaminó a diversas generaciones y condujo al país a un sentimiento de resignación a ser para siempre rehenes de una clase política corrupta, la decisión de Ernesto Blume junto con los otros magistrados del Tribunal Constitucional y las declaraciones de la presidenta de Confiep parecen destruir toda esperanza en un país más justo y en el que no exista un grupo de personas que puede actuar por encima de la justicia con el aval de la clase empresarial.

Aun cuando las recientes revelaciones sobre los aportes parecían conducir a un callejón sin salida para Keiko Fujimori y su agrupación política, el TC y los más importantes empresarios del Perú han demostrado carecer de vergüenza y, pese a que la atención de todo el país estaba en sus acciones, optaron por volver a beneficiar al fujimorismo.

El TC ignoró todas las evidencias que justificaban la prisión preventiva impuesta a la lideresa de Fuerza Popular por obstrucción a la justicia y los empresarios, mediante Confiep, se aferraron al irrisorio cuento de la amenaza chavista y hasta intentaron quedar como héroes por haber apoyado al fujimorismo en las elecciones de 2011.

¿Cómo recuperar el autoestima del peruano y la confianza en la construcción de un mejor país si quienes tienen más poder no se hacen cargo del rol que tuvieron en la construcción de una nefasta clase política y, por el contrario, se reafirman en su postura? El enemigo del pueblo peruano no solo es la familia Fujimori, quienes manejan el rumbo económico del país y los que deberían administrar justicia están demostrando que son parte de una tóxica y perversa relación con la corrupción.